viernes, octubre 31, 2014

Robos a jefes de familia al amparo del GDF

Si alguien me hubiera contado lo que nos está pasando seguramente hubiera dicho que eso era imposible, que era un cuento kafkiano.  Sin embargo, lo que nos está sucediendo a mi esposa y a mí escapa al sentido común y a la razón, pero es otro ejemplo más de la ineptitud y corrupción de las autoridades del Distrito Federal.
Mi esposa es extranjera y acostumbrada al estilo directo, sin rodeos, de los países europeos. Ocurrió que contrató a una persona que vino a ofrecer sus servicios de jardinero, diciendo que su nombre era Fernando. Mi esposa y yo asumimos que una persona que viene una vez a la semana a barrer, cortar el pasto y limpiar las coladeras es un trabajo de entrada por salida. Mi esposa, siempre afecta a ayudar, le regaló una estufa y un calentador que ya no usábamos. En diciembre de 2013 le dio un mes y medio de compensación sin que Fernando lo pidiera. En otras palabras, mi esposa siempre trató bien a esta persona.
Fernando tenía que limpiar el pasto y hojas de las coladeras  en la época de lluvias para evitar que se inundara la casa. A pesar de que le insistíamos que limpiara las coladeras, sufrimos tres inundaciones y después de la cuarta inundación, mi esposa decidió contratar a otro jardinero. Ella pensó que el sistema en México era parecido al de los países europeos y al de Estados Unidos en donde vivimos hasta el 2000. En esos países se contratan los servicios de un jardinero o de un estudiante del vecindario para que venga una vez a la semana, se le paga y cuando ya no se le necesita se le habla por teléfono y asunto acabado. Sin embargo, aquí en nuestra Ciudad de México eso no resultó así con Fernando, el mal trabajador que venía una vez a la semana.  Cuando se le informó que ya no requeríamos de sus servicios maliciosamente presentó una queja en contra mía ante la Procuraduría de la Defensa del Trabajo, a pesar que yo no fui quien lo contrato, que no era su patrón, ni quien le pagaba. La presentó en contra mía porque desconocía el nombre de mi señora.
En la queja ya no aparece el nombre de Fernando sino otro nombre. Cuando destacamos esta inconsistencia en la supuesta plática conciliatoria, el quejoso dijo que le había explicado a mi señora que se llamaba Gregorio y que ella había exclamado “Ah, como el Papa”. Explicamos al representante de la Procuraduría que mi esposa es protestante, no católica y que no tiene ni la más leve ni remota idea de los nombres de los Papas.
El quejoso, ahora de nombre Gregorio, dijo que empezó a trabajar en nuestra casa desde 1995. Nosotros explicamos que en ese año nos encontrábamos trabajando y viviendo fuera del país, que regresamos a vivir a México en el año 2000. Asimismo, el susodicho reportó que le pagábamos $475 al día. Respondimos que nunca le habíamos pagado arriba de los $400. También dijo que había trabajado en nuestra casa ininterrumpidamente por más de 10 años cuando apenas llevaba trabajando con nosotros un año y medio, y en ese periodo estuvimos fuera del D.F. cerca de tres meses en los que no prestó sus servicios.
A pesar de nuestros argumentos, la Procuradora le creyó todos sus argumentos al pseudo jardinero y descartó olímpicamente nuestras pruebas y declaraciones  sin explicar por qué. Nos informó que había relación laboral y de subordinación, insistiendo que teníamos que compensar al trabajador por una cantidad superior a los $12,000, a lo cual obviamente nos negamos. Como resultado, ahora el mal jardinero Gregorio nos está demandando con la asistencia legal gratuita de las autoridades capitalinas.
Todo esto nos hace pensar que estos burócratas del gobierno del D.F. buscan justificar su trabajo, haciendo gala de arrogancia e ineptitud. ¿Cómo es posible que le crean al que acusa y no al acusado a pesar de existir pruebas contundentes? Tengo 50 años de trabajar y hacer el bien. Ahora, por decisiones unilaterales e injustas, tengo que perder mi dinero y el tiempo, que podría dedicar a mi familia, mis escritos y conferencias, para probar mi inocencia ante las acusaciones de un pillo apoyado por las autoridades del gobierno del D.F.

¿En qué clase de país vivimos en donde la autoridad acepta la mentira, defiende al ladrón y va en contra de la víctima? Es cierto, estamos viviendo un sueño kafkiano.

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