Luis Gutiérrez Poucel
Lunes 31 marzo 2014
Lo que está
sucediendo en Venezuela era predecible. El gobierno de Nicolás Maduro llegó al
poder con una ventaja mínima del 1.5% de los votos, según los discutibles y
discutidos cómputos oficiales. En otras
palabras, llegó al poder con casi el 50% de oposición. Como se ha visto en
otros países, un gobierno que llega al poder en elecciones reñidas y cercanas, solo
puede ganarse a la población generando buenos resultados. Pero éste no ha sido
el caso del gobierno de Nicolás Maduro. La inseguridad ha continuado aumentando
y la economía ha seguido cayendo.
Los pésimos resultados de la administración de Maduro continúan
alimentando el descontento popular. Aparte, todo lo que no debería de hacer un
gobierno para agravar una crisis política, el gobierno de Nicolás Maduro lo ha
hecho y lo sigue siendo… Maduro parece ilustrar aquel dicho de Einstein, que
dice: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del
Universo no estoy seguro.”
Me he desempeñado durante 20 años como economista
internacional, teniendo la suerte de visitar casi todos los países del mundo y
puedo asegurar que no hay un solo país en donde he trabajado que no me haya
gustado. Sin embargo, hay de gustos a gustos. Mientras que hay países en donde
uno va solamente a trabajar, también los hay donde uno va a gozar el trabajar.
Venezuela era uno de éstos. Los venezolanos son alegres, abiertos y directos.
Se pueden tener discusiones ardientes, terminando con una sonrisa y sin
resentimientos. En mi experiencia, la gente alegre es generalmente buena. Es
por ello que lo que está pasando allá me causa tan profunda pena.
El problema inició, como casi siempre, con los que menos
deben y menos temen, los estudiantes, quienes se manifestaban contra la
inseguridad. El gobierno venezolano en lugar de reconocer su legítimo derecho a
protestar respondió con la represión. Todo lo que un gobierno no debía de hacer
para agravar una crisis, lo hizo el presidente Maduro. En lugar de buscar el
diálogo prefirió la confrontación y la criminalización del movimiento. En lugar
de admitir que los estudiantes estaban protestando por un derecho o por una
causa justa los acusó de golpistas, de que se trataba de una minoría
enloquecida, y declaró que se trataba de
un complot.
Claro, hubo enfrentamientos entre protestantes y
simpatizantes del gobierno, lo cual condujo a que el descontento se propagara a
otros sectores de la población. Ahora el problema no es tan sólo la inseguridad
sino la carencia de productos básicos y medicinas, y la falta de libertades de
manifestación y expresión.
La primordial causa por la cual el descontento y las
manifestaciones se extendieron tan rápidamente fue por los malos resultados
económicos: 1) escasez de empleos y de productos básicos de la canasta popular;
2) disminución en los ingresos reales; 3) aumento en la inflación, la más
elevada de la región, 56.2% en 2013, y 4) desplome del bolívar, mientras el cambio
oficial está a 6.3 bolívares por dólar, en el mercado negro se encuentra a 10
veces ese valor.
El gobierno de Maduro, en lugar de estimular la inversión
y la producción, ha introducido nuevos controles para las ganancias a las ventas
y a los precios de los productos lo que ha llevado, como era de esperarse, a una
mayor escasez de productos básicos y a un mercado negro galopante.
La ineptitud del gobierno para llevar a cabo políticas
económicas correctas explica en buena medida la crisis actual. No hay políticas
económicas de izquierda o de derecha, solamente hay políticas buenas o malas.
Las políticas del gobierno han sido incorrectas, pero el gobierno y sus
simpatizantes no admiten responsabilidad. Culpan del deterioro económico a la
guerra económica de los enemigos de su llamada revolución bolivariana… qué
torpeza no admitir responsabilidad, aprender de los errores, tratar de enmendar
el rumbo y conquistar el afecto de los Venezolanos.
Estamos viendo en Venezuela una lección de lo que un
gobierno no debe de hacer, así como los errores que se deben evitar en la
gestión económica y política de un país.
El presidente Maduro dice una cosa y hace otra. Declara,
por ejemplo, 1) que no quiere la confrontación, 2) que ya basta de sembrar
tanto odio y tanta intolerancia, 3) que su gobierno está en un combate por la
defensa de la paz, de la independencia, del derecho que tiene el pueblo a
existir y a vivir.
Pero todas son palabras huecas y sin mensaje alguno, porque
Maduro inmediatamente añade 1) que el líder opositor Leopoldo López debe
responder ante la justicia por sus llamadas a la sedición, 2) que las
manifestaciones son movimientos nazi fascistas que buscan un golpe de Estado, 3)
que los protestantes tienen una agenda contra la revolución bolivariana y 4) que
fueron entrenados en México para desestabilizar a Venezuela. Más torpeza sobre
torpeza.
Esta falta de inteligencia política le ha costado la vida
a más de 30 personas, ha generado decenas de heridos y torturados y ha privado
de su libertad a cerca de un millar de detenidos.
La crisis ha rebasado las fronteras de Venezuela. La
comunidad internacional, con sus diferentes matices y posiciones, ha coincidido
en hacer un llamado al diálogo. Sin embargo, el gobierno de Maduro vuelve a
hacer gala de falta de criterio político, improvisando un proceso llamado
“Conferencia Nacional de Paz“, mediante el cual el gobierno, aposentado en el
presídium, escucha y comenta algunos discursos representativos, como los del
sector empresarial, y a otros que en cambio no representan a nadie, pero que
sin embargo apoyan las posiciones oficialistas.
Para que haya un diálogo real y que no sea una farsa
mediática debe de haber un mínimo de condiciones previas. Para empezar, 1º se
tienen que liberar a los presos políticos y a los estudiantes detenidos, 2º la
oposición tiene que estar representada en igualdad con el gobierno y 3º tiene
que haber mediadores internacionales e imparciales.
La única salida a la crisis política actual es, por un
lado, participar en un diálogo transparente, imparcial y justo, y, por el otro,
empezar a diseñar e implementar políticas económicas correctas que generen
buenos resultados. Sin embargo, viendo la trayectoria del gobierno de Nicolás Maduro
no se ve cómo pueda hacer lo que por inteligencia política debería hacer.
Nicolás Maduro no es ningún Hugo Chávez, no tiene su
carisma ni su inteligencia para manejar a las multitudes. También dista mucho
de ser un Lula. Mientras el brasileño promovió la participación e inversión
privada y la apertura de los mercados, haciendo caso omiso de la demagogia populista
de que se atentaba contra la soberanía nacional y se explotaba a los consumidores,
Maduro hace y declara todo lo contrario.
¡Caray!, cómo me gustaría volver a trabajar en Venezuela
y gozar de mi trabajo con esa gente alegre y buena. Sin embargo, no se ven posibilidades
en un futuro inmediato, porque no se vislumbra el fin del problema. Lo que veo
tristemente en el horizonte es la continuación del descontento popular y el
desbordamiento de la represión y la violencia.
¡Qué pena!, Venezuela parece continuará en el ojo del
huracán.