Si alguien me hubiera contado lo que nos está pasando
seguramente hubiera dicho que eso era imposible, que era un cuento kafkiano. Sin embargo, lo que nos está sucediendo a mi esposa
y a mí escapa al sentido común y a la razón, pero es otro ejemplo más de la
ineptitud y corrupción de las autoridades del Distrito Federal.
Mi esposa es extranjera y acostumbrada al estilo directo, sin rodeos, de
los países europeos. Ocurrió que contrató a una persona que vino a ofrecer sus
servicios de jardinero, diciendo que su nombre era Fernando. Mi esposa y yo asumimos
que una persona que viene una vez a la semana a barrer, cortar el pasto y
limpiar las coladeras es un trabajo de entrada por salida. Mi esposa, siempre
afecta a ayudar, le regaló una estufa y un calentador que ya no usábamos. En
diciembre de 2013 le dio un mes y medio de compensación sin que Fernando lo
pidiera. En otras palabras, mi esposa siempre trató bien a esta persona.
Fernando tenía que limpiar el pasto y hojas de las coladeras en la época de lluvias para evitar que se
inundara la casa. A pesar de que le insistíamos que limpiara las coladeras, sufrimos
tres inundaciones y después de la cuarta inundación, mi esposa decidió
contratar a otro jardinero. Ella pensó que el sistema en México era parecido al
de los países europeos y al de Estados Unidos en donde vivimos hasta el 2000.
En esos países se contratan los servicios de un jardinero o de un estudiante
del vecindario para que venga una vez a la semana, se le paga y cuando ya no se
le necesita se le habla por teléfono y asunto acabado. Sin embargo, aquí en nuestra
Ciudad de México eso no resultó así con Fernando, el mal trabajador que venía
una vez a la semana. Cuando se le
informó que ya no requeríamos de sus servicios maliciosamente presentó una
queja en contra mía ante la Procuraduría de la Defensa del Trabajo, a pesar que
yo no fui quien lo contrato, que no era su patrón, ni quien le pagaba. La
presentó en contra mía porque desconocía el nombre de mi señora.
En la queja ya no aparece el nombre de Fernando sino otro nombre. Cuando
destacamos esta inconsistencia en la supuesta plática conciliatoria, el quejoso
dijo que le había explicado a mi señora que se llamaba Gregorio y que ella había
exclamado “Ah, como el Papa”. Explicamos al representante de la Procuraduría
que mi esposa es protestante, no católica y que no tiene ni la más leve ni
remota idea de los nombres de los Papas.
El quejoso, ahora de nombre Gregorio, dijo que empezó a trabajar en
nuestra casa desde 1995. Nosotros explicamos que en ese año nos encontrábamos
trabajando y viviendo fuera del país, que regresamos a vivir a México en el año
2000. Asimismo, el susodicho reportó que le pagábamos $475 al día. Respondimos
que nunca le habíamos pagado arriba de los $400. También dijo que había
trabajado en nuestra casa ininterrumpidamente por más de 10 años cuando apenas llevaba
trabajando con nosotros un año y medio, y en ese periodo estuvimos fuera del
D.F. cerca de tres meses en los que no prestó sus servicios.
A pesar de nuestros argumentos, la Procuradora le creyó todos sus
argumentos al pseudo jardinero y descartó olímpicamente nuestras pruebas y
declaraciones sin explicar por qué. Nos
informó que había relación laboral y de subordinación, insistiendo que teníamos
que compensar al trabajador por una cantidad superior a los $12,000, a lo cual obviamente
nos negamos. Como resultado, ahora el mal jardinero Gregorio nos está
demandando con la asistencia legal gratuita de las autoridades capitalinas.
Todo esto nos hace pensar que estos burócratas del gobierno del D.F.
buscan justificar su trabajo, haciendo gala de arrogancia e ineptitud. ¿Cómo es
posible que le crean al que acusa y no al acusado a pesar de existir pruebas
contundentes? Tengo 50 años de trabajar y hacer el bien. Ahora, por decisiones
unilaterales e injustas, tengo que perder mi dinero y el tiempo, que podría
dedicar a mi familia, mis escritos y conferencias, para probar mi inocencia ante
las acusaciones de un pillo apoyado por las autoridades del gobierno del D.F.
¿En qué clase de país vivimos en donde la autoridad
acepta la mentira, defiende al ladrón y va en contra de la víctima? Es cierto,
estamos viviendo un sueño kafkiano.
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