La luz del sol entraba por el portal y el amplio ventanal iluminando el salón. El teniente tendría cerca de 30 años de edad, era algo más alto que Fernando, de pelo rubio, con ojos de un azul tan claro e intenso como la mañana de aquel día en Chapultepec. Fernando, al escuchar los gritos insultantes y el desafío, paró, volteando con su sable en el puño derecho. El teniente norteamericano se le acercó lentamente, casi perezosamente, con altanería, consciente de su superioridad y destreza con el sable. El rostro de Fernando estaba oculto por el sudor, la sangre y el humo de la pólvora, haciéndolo mayor que sus 18 años de edad. No obstante, el temple, la frialdad y seguridad en su mirada hicieron al norteamericano titubear. "Señor -comenzó el norteamericano - parece que le gusta atacar más por la espalda que de frente como los hombres." La acción en ese lugar del Castillo cesó, consciente los soldados norteamericanos y los cadetes de que iban a presenciar algo insólito. El teniente no solo era admirado por sus soldados, sino por sus equivalentes y superiores, aparte de ser reconocido como el mejor espadachín del regimiento. Los cadetes conocían al teniente Fernando Poucel, quien no solo era el mejor espadachín de la escuela, sino que ya en alguna ocasión había logrado detener los ataques de práctica, e inclusive hecho retroceder a su Padre Antoine Poucel, considerado por muchos el mejor espadachín de la época en México. El cadete compañero de Fernando reconoció la sonrisa burlona y la mirada triste de esos ojos verdes de Poucel que auguraba peligro.
Una inclinación de la cabeza indicó el comienzo del duelo. El teniente respiró profundamente, haciendo una finta y lanzando senda estocada a fin de sorprender a Fernando y terminar el combate antes de que empezara. Fernando con ligero movimiento de muñeca, desvió el sable antes de llegar a su marca. Ambos se reconocieron como dignos adversarios, guardando su distancia y manteniendo sus posiciones con soltura, elegancia y rapidez. El norteamericano mantenía la iniciativa de los ataques, mientras que Fernando se defendía esperando una apertura para su contraataque. La contienda llevaba dos o tres minutos y prometía alargarse. Los oponentes empezaban a conocerse lo suficiente como para poder a anticipar sus movimientos.
El sable del teniente llegó como relámpago al brazo izquierdo de Fernando, brotando la sangre. Fernando continuaba como si no hubiese recibido herida alguna, desconcertando al norteamericano. Una recia estocada al aire de Fernando, le indicó al norteamericano que el combate estaba lejos de decidirse. Con vigor renovado y brazo firme, Fernando arrebató la iniciativa del ataque, dispuesto a terminar de una vez por todas con la disputa. El teniente norteamericano sonrió, aceptando el reto. Los sables chocaban con estruendo infernal, y cortaban el aire con penetrante zumbido en donde momentos antes estaba el adversario. Un refilón del sable de Fernando abrió la mejilla del norteamericano, que en lugar de amedrentarlo le hizo redoblar esfuerzos. El suelo mostraba la ferocidad del combate, manchado con la sangre pisoteada de los oponentes, que apenas notaban sus heridas. El duelo parecía empatado, condenado a continuas tablas, pero ya sea la juventud de Fernando, las enseñanzas de su padre, su pasión o el desprecio hacia la muerte, empezaron a inclinar la balanza a su favor. En un suspiro, después de dos fuertes estocadas en sucesión de Fernando, el norteamericano no recuperó suficientemente rápido su defensa y Fernando lo atravesó alto en el pecho. El teniente sorprendido se agarró la herida con la izquierda esperando que Fernando lo rematara.
Los norteamericanos pensando que Fernando iba a terminar con su teniente se le echaron encima, lo cual hizo a algunos cadetes a salir de su contemplación y apoyar a su teniente Poucel. Antes de que la veintena de soldados enardecidos pudieran acabar con los cadetes mexicanos, el Teniente norteamericano intervino calmando los ánimos de la soldadesca, y encarando a Fernando le preguntó que porqué no lo había terminado. Ante lo cual Fernando, pasándose la mano por la cara, limpiando algo del sudor y tizne, le dijo "señor, estaba usted desarmado". El Teniente norteamericano viendo las caras de Fernando y Miguel cayó en cuenta de su juventud, exclamando sorprendido ¡Por dios, si son tan solo unos niños! No, le contestó Fernando, no somos niños, soy el Teniente Fernando Poucel y estos son los cadetes del Colegio Militar y sabemos pelear y morir como hombres en defensa de nuestra patria. Admirado el teniente norteamericano por la hombría y desplante de Fernando, lo encomió a rendir sus armas, conduciéndolos hasta el jardín que quedaba sobre el velador donde estaban siendo rodeados y apresados los cadetes sobrevivientes derrotados ante la superioridad numérica y material de guerra de los norteamericanos.
En 1871, después de más de dos décadas de la batalla, sus compañeros que lucharon con él nombraron a Fernando Poucel Presidente Fundador de la Asociación del Heroico Colegio Militar en reconocimiento a su destacada participación en la defensa del Castillo de Chapultepec. Ahí pueden ver a Fernando y a sus compañeros de armas sentados alrededor de una mesa con una botella de vino al centro. El pacto era que el último que sobreviviera se bebería la botella en honor de los demás. Nuestra familia conserva hasta la fecha la botella, claro, vacía, Fernando se la bebió.
3 comentarios:
ES UNA GRAN HISTORIA DE VALOR Y NOBLEZA QUE NOS HACE SENTIR ORGULLOSOS DE SER MEXICANOS Y QUE NOS HACE RECORDAR QUE ERAN MÁS LOS CADETES DEL COLEGIO QUE ESTABAN AHÍ AL MOMENTO DEL ASALTO DEL USA ARMY...SITUACIÓN QUE OLVIDAMOS POR COMPLETO Y HEMOS DEJADO QUE EL MITO PREDOMINE ANTE UNA VERDAD QUE ES DIGNA Y ORGULLOSA
Y hubo muchos cadetes ahí...entre ellos miguel miramón y teofilo noris.
Hermoso relato conservado por los poucel y que posiblemente es veridico ya que el teniente y su hermano estan en la relacion de prisioneros del usa army
Mil gracias, mis niños, tus sobrinos, amaron las historias de Miguel y Fernando. Gran narración tío. Giovanna Poucel
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